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Llegaba cuarenta minutos antes de la cita. No le gustaban los imprevistos y mucho menos los que terminaban con más cadáveres y más trabajo. En esa zona de la ciudad el sol se ponía demasiado despacio y nunca podían estar seguros de que fuera a estar desierto. Pero nada podía hacer cuando se trataba de un pez tan gordo, no con algo tan difícil de encontrar y que podría valer tanto. Tenía que deshacerse de ello cuanto antes.

A unos doscientos metros del puente había un campo de fútbol, de tierra y sin vallar. Cuando pasó por delante todavía quedaban una decena de críos jugando a pesar de que sus madres les gritaban desde las ventanas de los edificios que lo rodeaban. Eran bajos, de tres plantas, no lo suficientemente altos como para que pudiesen verles desde las azoteas. Tampoco servirían como escudo si las cosas se ponían feas y su cliente contaba con un francotirador en sus líneas. Esa clase de cabrones solían llevar más guardaespaldas que el presidente.

Encendió un cigarrillo e inhaló muy despacio, quemando sus vías respiratorias hasta sus pulmones. Esa clase de dolor físico era lo que más la relajaba en ocasiones como esa, mientras seguía con la mirada a un joven vestido de repartidor que atravesaba el puente. La gorra le cubría el rostro. Podría ser cualquiera. En esa ciudad de millones de rostros, cualquier voz podría ser la suya. Otro de los riesgos que debía correr.

A pesar de los lejanos gritos de los niños y sus madres, ese barrio solía ser bastante silencioso por las noches. La zona sur de la ciudad había sido el centro industrial años atrás, antes de la segunda crisis. Apenas dos fábricas habían resistido a los cierres, las manifestaciones y el vandalismo de los despedidos. La cercanía de la planta nuclear tampoco favorecía a la revitalización de esos pequeños barrios. Por ese motivo, ese puente era uno de los mejores lugares para cierto tipo de transacciones. Poca gente se atrevía a cruzarlo. Preferían tomar el desvío de diez minutos alrededor de la vieja urbanización sindical.

El chico desapareció sin llamar demasiado la atención. Cuarenta minutos podían ser demasiado largos a veces.

1 comentario:

  1. Dios... Con tus palabras has conseguido crear en mi mente una visión tan clara y perfecta, que siento como si se estuviera reproduciendo dentro de mi cabeza al estilo de una vieja película. No sé cómo lo haces, pero consigues ponerme los pelillos de punta. Y te admiro profundamente por ello.
    :) No tengo nada malo que decir. Se ve tu esfuerzo y tu dedicación.
    En serio, no existe mayor regalo que poder leer estas maravillas *¬*

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